Tusquets reeditó "Escribir", una obra que agrupa cinco textos de la autora de "El amante" sobre el alcohol, el dolor, el marido, los amantes, el hijo, las amistades, la pintura, el cine y la política.
Por Carlos Aletto
Cinco textos clave de Marguerite Duras publicados por primera vez en francés en 1993 que hablan sobre ese acto rodeado de soledad y silencio que hace reflexionar a la autora de “El amante” sobre los acontecimientos que han ido marcando su literatura y su vida, como el alcohol, el dolor, el marido, los amantes, el hijo, las amistades, la pintura, el cine, la política y también al piloto británico de veinte años, abatido en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial al que ella dedica el texto, se acaban de reeditar en estos días en español con el título “Escribir”.
El libro, publicado por primera vez en la colección Andanzas de la editorial Tusquets, que edita en español la mayoría de la obra de Marguerite Germaine Marie Donnadieu, nacida cerca de Saigón, Vietnam, el 4 de abril de 1914, tiene el esplendor del estilo ya maduro y desnudo de la autora de “Moderato Cantabile” e “Hiroshima, mon amor”.
En estas páginas, aparece la teoría de la literatura de Duras, descripta por ella misma: comparando una mosca moribunda con el estilo literario; recordando el trance y el desorden incurable de la escritura; recreando los últimos momentos de un piloto británico fusilado durante la Segunda Guerra Mundial y enterrado junto a su casa; o bien dejando escapar un ¿y qué? para cuestionar seis décadas de narración. Todos estos ensayos en conjunto operan como una confesión engañosa pero indispensable.
En un fragmento de su clase magistral de escritura, la narradora escribe la muerte de una mosca. Recuerda la hora exacta en la que dejó de vivir el insecto. No puede apartar su mirada de esa agonía. Explica: “Está bien que el escribir lleve a esto, a aquella mosca, agónica, quiero decir: escribir el espanto de escribir. La hora exacta de la muerte, consignada, la hacía ya inaccesible. Le daba una importancia de orden general, digamos un lugar concreto en el mapa general de la vida sobre la tierra”, compara la multipremiada autora.
Y agrega: “Esa precisión de la hora en que había muerto hacía que la mosca hubiera tenido funerales secretos” . En el párrafo siguiente se detiene: “Lo que aún sabía –lo que veía– es que la mosca ya sabía que aquel hielo que la atravesaba era la muerte. Eso era lo más espantoso. Lo más inesperado. Ella sabía. Y aceptaba”. El relato de Duras es escalofriante y reflexivo. La escritora acota: “Sí. Eso es, esa muerte de la mosca se convirtió en ese desplazamiento de la literatura. Se escribe sin saberlo. Se escribe para mirar morir una mosca. Tenemos derecho a hacerlo”. En este pequeño libro de 128 páginas, la narradora comparte con los lectores las preocupaciones del escritor sobre la distancia entre la vida y la escritura, y la contradicción entre la escritura y el silencio.
Duras escribe la muerte de una mosca. No puede apartar su mirada de esa agonía. Explica: “Está bien que el escribir lleve a esto, a aquella mosca, agónica, quiero decir: escribir el espanto de escribir. La hora exacta de la muerte, consignada, la hacía ya inaccesible. Le daba una importancia de orden general, digamos un lugar concreto en el mapa general de la vida sobre la tierra”.
La ganadora del Prix Goncourt en 1984 por su novela “El amante”, murió en París el 3 de marzo de 1996. Duras es sin duda una de las grandes figuras literarias del siglo XX. La escritura inquietante, el lenguaje característicamente lento y deliberado de sus novelas, aparece reforzado en este libro en el momento que ella intima con el lector y convierte su texto en un confesionario de su vida y su obra.
Los cinco capítulos que componen “Escribir” (“Escribir”, “La muerte del joven aviador inglés”, “Roma”, “El número puro” y “La exposición de la pintura”) giran en torno a la entrada y salida del mundo de Duras. Su prosa despojada y poética, con una belleza especial de imágenes alrededor de la soledad, transmite ese mismo silencio que ella considera fundamental para cualquier escritor, y lo que supone que hay que pagar por atreverse a desnudar su interior.
El lector puede optar por navegar en el aspecto ficcional de Duras o elegir la fuga de la historia. Es lo que plantea la ambigüedad de la trama y la prosa de la escritora. Su escritura vaga, ambigua, plantea el ejemplo de la muerte de la mosca asociado a la literatura así como trata de capturar toda la vida de un joven piloto en el momento de su muerte. Como se puede leer, Duras está segura de que “la muerte de esa mosca se ha convertido en este desplazamiento de la literatura” y que escribirla ” lo vuelve inaccesible”. Lo que queda es la desnudez de la escritura misma, y la escritora insiste con ese método.
En su último capítulo, “La exposición de pintura”, dedicado al pintor argentino de 82 años Roberto Plate describe a un artista plástico en acción. Dentro de un pote “hay cincuenta pinceles, o cien. Todos parecen prácticamente destrozados. Están muy disminuidos, aplastados, explotados, también calvos, raídos en la pintura seca, cómicos además. No tienen la tangibilidad de la pintura en los tubos, ni la del hombre que habla. Diríanse hallados en una caverna, en una tumba del Nilo”, describe Duras.
Y agrega en otro párrafo: “Entre ese conjunto de cosas, hay un hombre. Está solo. Lleva una camisa blanca y unos vaqueros azules. Habla. Señala metros cúbicos de telas alineadas, a lo largo de otra pared. Dice que son las que están pintadas, las de la exposición”. Este es el capítulo más emotivo sobre el acto de la creación. Un relato de otra semiótica: la pintura que “se libra en el ruido de un discurso continuo. El hombre habla para que el ruido del habla se produzca, y la pintura entra en la luz. Habla para producir un malestar, para que, por fin, surja la entrega del dolor”, explica Duras.
La teoría de la escritora sobre la palabra escrita le deja observar el acto creativo del hombre, por eso se desplaza entre las distintas semiosis: para ella el debate entre la luz y la sombra o entre el silencio y el ruido es el mismo. Siempre entre el emisor y el receptor, en ese canal de comunicación los ruidos son los que provocan el malestar, la distorsión, por eso la escritora necesita separarse de su entorno, crear su espacio solitario.
Escribe Duras en el umbral del libro, en sus primeras páginas magistrales que “alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más”.
Y agrega luego del silencio que deja flotando entre párrafos que “Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado”.
“Escribir”, publicado en la prestigiosa colección “Andanza”, es una reedición que vuelve a poner en palabras la armonía entre el silencio y la escritura, entre la soledad y el libro. Un deleite que los lectores se pueden dar durante más de un centenar de páginas “escuchando” la voz de Marguerite Duras.